Érase una vez una chica etíope llamada Rahel.
Rahel recorrió miles de kilómetros como auxiliar de vuelo.
Así fue como conoció otras culturas y entró en mil y un tipos de restaurantes.
Exóticos o locales, de precio alto o bajo, comida rápida o slowfood.
Pero… ¿sostenibles?
—¿Cómo puede ser sostenible que tiren los manteles de papel tras un solo uso, o que cambien y laven los de tela entre cliente y cliente?— se preguntaba Rahel.
—¿Y para qué ponen tantos cubiertos y platos sobre la mesa? ¿No se dan cuenta de que con esto contaminan y desperdician más agua, energía y detergente?
En esos momentos Rahel soñaba despierta con los platos que preparaba su madre en Etiopía.
- El sabor intenso que se consigue combinando hasta 30 especias naturales.
- La sencillez y el vínculo que genera en la mesa un plato compartido.
- Poder ver, oler y sentir cada alimento antes de probarlo.
Había llegado la hora de tomar el relevo en Barcelona, su nueva ciudad.
Empezó con amigos.
A veces cocinaba en casa, a veces en la de los demás.
Y cuando las cocinas privadas se quedaron pequeñas, llegó Abissinia.
Hace más de 15 años que este restaurante escondido entre calles del barrio de Gracia se ha convertido en su verdadero hogar.
Allí donde cocinar se convierte en experimentar.
Allí donde te permites desconectar del ruido para volver a sintonizar con tu cuerpo, tus raíces, tus emociones.